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22 de diciembre de 2014
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Reflexiones alojado en un Yurta Mongola

En las antípodas de un resort, e incluso de un sencillo hotel, alojarse en un yurta durante un viaje a Mongolia, provoca una sorprendente sensación de libertad.
Reflexiones alojado en un Yurta Mongola
Interior de una yurta

Por Armando Cerra
Rodeado al norte por el territorio ruso y al sur por las tierras de China, Mongolia es un enorme país encerrado entre dos gigantes. Se cuenta entre los 20 países más extensos del planeta, sin embargo su población no alcanza los tres millones de personas. Es decir, se trata de un vasto territorio apenas poblado. Y tampoco hay que extrañarse sabiendo que el clima de este país de Asia Central puede llegar a ser extremo, especialmente en invierno cuando el termómetro se hunde entre los 30 y los 40 grados bajo cero.
Si a esas difíciles condiciones de vida se le suma el tipo de paisaje que se despliega por tierras mongolas, con extensas estepas y altas montañas, y el gran desierto del Gobi al sur, el resultado es que este territorio, por cierto sin salida al mar, proporciona escasas facilidades para el desarrollo de la vida humana. De ahí que tradicionalmente los mongoles hayan sido nómadas que en cada época del año se desplazaban al terreno que más oportunidades les ofrecía.Campamento turístico de yurtas
Por lo tanto, tenían un extenso territorio del que extraer lo poco que les ofrece para su sustento y habían de inventar un tipo de residencia que por una parte les refugiara de las inclemencias metereológicas con el máximo confort posible y que al mismo tiempo les permitiera instalarse rápidamente en cada nuevo campamento, al igual que les costara poco desmontar esas pequeñas aldeas itinerantes camino del siguiente destino. Ese invento ancestral fue la yurta.
La yurta, gers en la lengua mongola, es una especie de amplia tienda de campaña realizada a partir de una estructura de palos de madera y recubierta con pieles animales y lanas. Una construcción en la que participan en su montaje y desmontaje toda la familia que la habita, y que milagrosamente es capaz de resguardar del frío en invierno y de las altas temperaturas veraniegas durante los cortos meses de calor.
Una ingeniosa construcción surgida de la necesidad y de los escasos recursos, que se ha mantenido como vivienda tradicional durante siglos. Pero que en la actualidad ya no sólo es el hábitat de miles de mongoles sino que se ha transformado en un atractivo turístico. Una de las experiencias que buscan los viajeros que llegan hasta Mongolia es pasar unos días alojados en estas yurtas, mientras que desde ellas se maravillan de los inmensos paisajes circundantes.
La primera sorpresa que proporcionan es que son más confortables de lo que a primera vista puede parecer. Si bien el factor más determinante para encontrarse a gusto es la exquisita hospitalidad de las gentes que las habitan.Inmenso paisaje mongol Este es un denominador común entre los pueblos nómadas del mundo. Saber acoger a sus huéspedes siendo conscientes de lo que se agradece un poco de calor humano durante los viajes. Su experiencia se basa en los viajes por necesidad, aunque hoy en día acogen a viajeros que llegan allí en su tiempo de ocio y con el afán de conocer sus costumbres y disfrutar de la infinita sensación de libertad que proporciona el no tener una residencia fija.
No hay que engañar a nadie. Parte de esa experiencia es sumamente incómoda, ya que los desplazamientos por esos paisajes se realizan por caminos jamás asfaltados, e incluso por recorridos donde no existe ese supuesto camino salvo en los expertos conocimientos de los guías que trasladan a los grupos de turistas. Ya se ha dicho, no es cómodo, y hasta puede ser peligroso en ciertos momentos, como cuando se atraviesan sin puentes los cauces de los ríos.Rebaño de Yaks Pero bien merece la pena sentir un poco de miedo, pequeñez y debilidad frente al colosal espectáculo natural de esas tierras.
Y además siempre se cuenta con la recompensa de llegar hasta la yurta donde alojarse. Un buen lugar para dejarse sorprender con los fuertes sabores de la gastronomía mongola, en la que el aporte calórico de sus carnes y sus lácteos son imprescindibles para resistir. Y sobre todo, la yurta es un alojamiento excelente para reflexionar sobre la vida. Sobre la que llevamos cotidianamente y la que nos gustaría llevar. Sobre el sedentarismo y la vida nómada. Sobre como todo está en movimiento y todo cambia, y preguntarnos ¿por qué no nosotros? Tal vez porque poseemos demasiadas cosas, y nos es difícil acarrear con todas nuestras posesiones. Sin embargo, de pronto algún niño mongol de los que viven en esas yurtas nos sonríe, y pensamos ¿quién es más rico? 

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