Texto Armando Cerra - Fotos Mónica Grimal
Si uno no ha viajado nunca a Sitges, lo ideal es elegir unas fechas en los meses de calor y llegar la ciudad al atardecer. Entonces uno va a su alojamiento, deja las maletas y sale a pasear por Sitges. Sin remedio llegará a la vía más animada del casco antiguo, la calle Marqués de Mont-Roig.
A ambos lados de la vía peatonal se suceden bares con extensas terrazas. Uno camina por la calle y comprueba que todas las sillas de esas terrazas se orientan hacia el centro de la calle, y en ellas se sientan cientos de hombres (también alguna que otra mujer) que contemplan a los paseantes.
Es como un desfile, un pase de modelos, donde el público toma helados, cervezas o licores y juzga el estilo, la ropa o el cuerpo de los caminantes. Uno se siente observado, nunca acosado, y siendo la primera visita a Sitges, se descubre porque está considerada como una de las mecas del turismo gay más importante del mundo.
Se oyen conversaciones en alemán, inglés, francés o en cualquier otra lengua, además del catalán y español local. Aquí acuden homosexuales de todos los rincones y de cualquier edad, de hecho algunos de ellos poseen aquí su segunda residencia, a la que se escapan siempre que tienen ocasión.
Lo mejor es estar ojo avizor y buscar una silla libre para también disfrutar del espectáculo. Avanzada la noche aumenta el número de viandantes, el volumen de la música y el grado de atrevimiento en el vestuario y el comportamiento de la gente. En fin, siendo gay o no, se pasa un buen rato, siempre apreciando como se fusionan el respeto entre personas y las ganas de divertirse, cada cual a su manera.
Y uno se vuelve al hotel, sabiendo que es bien aceptado en este lugar, sea cual sea su inclinación sexual o su color de piel. Un ejemplo de convivencia entre vecinos y visitantes, fruto de décadas de respeto entre ellos. Pero hay que descansar, porque también hay un interesante Sitges diurno.
A la mañana siguiente, ya puede uno recorrer el pueblo. El itinerario típico va de la playa de la Fragata a la playa de San Sebastián. Se sube el tramo de escaleras que conduce a la iglesia de San Bartolomé y Santa Tecla, allí ante la plaza Miguel Utrillo la panorámica de las aguas del Mediterráneo envuelve todo el ambiente y contrasta con la blancura encalada y los adornos de forja negra de las casonas del entorno.
Trasla iglesia,se llega al Racó de la Calma, y junto a él está la irónica Quinta Avenida, un callejón estrecho y oscuro que ya les gustaría tener en Nueva York. Tras él nos topamos con el Palacio de Maricel.Y a escasos metros abre sus puertas el Museo Cau Ferrat. Este museo recuerda la presencia del pintor modernista Santiago Rusiñol en Sitges.
El espíritude Santiago Rusiñolaún se capta hoy, ya que la tradición artística en la localidad prosigue y son cuantiosas las galerías de arte contemporáneo. Hay que tener en cuenta que el público gay y europeo suele ser amante del arte y muchos compran obras en Sitges que luego viajan a sus domicilios habituales.
De hecho, comprar es una actividad habitual en Sitges. La oferta es amplísima, y no solo de arte que suele ser algo solo apto para bolsillos desahogados, también artesanía, recuerdos, ropa de moda, los típicos souvenirs, etc.
Pero sobre todo, Sitges es un lugar unido al Mediterráneo, y a sus tranquilas aguas se abren amplias playas, la mayoría colindantes con el paseo marítimo. Ahí extienden su toalla una familia con niños pequeños, junto a ancianos o bronceadas parejas gays. Si bien hay tramos de playa atestadas únicamente por homosexuales, y algunas de ellas, las más escondidas, no recomendables para todos los públicos. Aunque a nadie se le impide la entrada, tan solo es necesario tener el espíritu abierto a otras maneras de vivir.
Un espíritu del que está embebida toda la población, que a mi modo de ver, es un ejemplo de tolerancia. Es decir, el que no tolere las diferencias, no es bienvenido en Sitges. Pero que sepa que se pierde conocer un lugar sumamente interesante.
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