por Rodrigo Carretero
Quien visite la República Checa, seguramente quedara encantado con su pasado histórico reflejado en la belleza edilicia y encantadora de la ciudad de Praga, su presente promisorio y un gran futuro. Pero la naturaleza también le otorgó a este país grandes beneficios y, junto a las cuevas del Karst de Moravia y el Paraíso Checo, las rocas Adršpach-Teplice se encuentran entre las más bellas características naturales que tienen para mostrar los checos. Cercanas a la aldea de Skály y entre los poblados de Teplice nad Metují y Adršpach se encuentra un conjunto de extrañas formaciones rocosas de arenisca conocidas como “Adršpach-Teplice Rocks”. A lo largo de tan solo 17 kilómetros, este bosque de piedra sorprende dadas las curiosas formas de sus habitantes pétreos.
Conocidas desde hace milenios, temidas por centurias, su potencial turístico comenzó a ser explotado desde mediados del siglo XIX, siendo uno de los sitios preferidos por quienes se acercaban hasta la región de Bohemia y desde 1933, declaradas Reserva Nacional. Hay vestigios de presencia humana desde tiempos pre históricos en los grabados hallados en varias de las piedras y las leyendas fueron convirtiéndose en eterna presencia como aquellos seres gigantes que habitaron la zona hasta convertirse en piedra. Aun antes de ellos, y aunque parezca increíble, lo que hoy se ve, supo ser el lecho marino. Con estos antecedentes, no queda más que dar el primer paso hacia delante, dejarse llevar por lo indecible y perderse en el laberinto. El sendero turístico zigzaguea entre formaciones rocosas fantásticas cuyos nombres devienen de la imaginación de quienes han visto lo que no es, pero se parece: Starosta, (Alcalde), Orlí hnízdo (Nido de Águila), Zub (Diente) y hasta el siempre presente Čertův most (Puente del Diablo). A lo largo de la travesía todo esto será lo real perdido entre lo irreal, donde las piedras cobran vida y su voz es el gran eco. El circuito termina en la formación llamada Skalní ozvěna, (Eco de la Roca). El efecto sonoro se dibuja en cada entrevero y se multiplica por miles, convirtiendo el silencio de los tiempos en algo atronador. Hay varias opciones de recorrido y si el tiempo es escaso, se puede optar por una u otra. Para completar el circuito de las Rocas de Teplice son necesarias unas tres horas como mínimo. Durante el camino se cruzará con la Oruga, el Hacha del Carnicero o hasta el mismísimo Golem. En un momento dado, unas escaleras depositan al viajero a los pies de las ruinas del castillo de Střmen, donde una plataforma con mirador permite admirar gran parte del bosque de piedra.
Otro de los circuitos lo conforman los Peñones de Broumov. Aquí curiosas rocas de piedra arenisca dan paso a barrancos profundos, desfiladeros y miradores hacia paisajes de bosques desbordantes. Un poco más y la Reserva Natural de Ostaš abre las puertas de sus laberintos de roca. Son dos, los laberintos Superior e Inferior, cada uno regala a cada vuelta, sino la salida, al menos vistas fantásticas del sistema variado de rocas, cuevas y galerías.
Uno de los senderos conduce hasta Siberia… una estrecha garganta cuya sombra permanente ha creado un microclima particular. Tras pasar el túnel debajo de las piedras y bajar unas escaleras se llega a una burbuja del mundo: senderos profundos, humedad, oscuridad, frío y nieves casi eternas. El color, pálido, lo dan el verde musgo de las paredes y los helechos por encima de las cabezas de los visitantes. Son solo 200 metros, pero que configuran un viaje en el tiempo, hacia los principios, luego, se arriba al hoy, a la playa de estacionamiento y el encanto se rompe sin reparos.
Entre las especies de fauna protegidas en esta reserva se encuentra Halcón peregrino, que elige el laberinto de rocas para ser su zona de nidificación. Estos halcones son los animales más veloces del mundo superando los 300 km/h. Verlos en su hábitat entre piedras es otro de los grandes objetivos de quienes hasta aquí se acercan.
No todo es caminar entre piedras. La oferta es tan variada que hasta es posible regalarle a la amada un romántico paseo por el lago encerrado entre las pendientes de roca, acercarse a la Catarata Grande y al caer el Sol, darse cuenta que J.W. Goethe nos observa cómplice desde el busco que rinde homenaje a sus estudios naturalistas por esta región.
Todo el complejo ofrece cómodas instalaciones de albergue, estacionamiento, gastronomía y los consabidos locales de souvenirs, para que al final del día, volver a atravesar aquella puerta signifique retornar al hoy, dejando el ayer, que será mañana en la misma roca inalterable.
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