Parece un paisaje lunar, o una imagen salida de un sueño surrealista, pero las cataratas fosilizadas y las aguas termales de Turquía, llamadas Pamukkale, son una realidad y una de las mayores atracciones turísticas de esa nación.
A unos 350 kilómetros de Estambul, en el sudoeste del país, el valle del Rio Menderes despliega la majestuosidad del llamado “Castillo de Algodón”, denominado así por las capas blancas de piedra caliza que se desenvuelven en forma de cascadas por la ladera de la montaña.
Pamukkale es una formación calcárea de casi doscientos metros de altura por algo más de dos kilómetros y medio de longitud. Gracias a los movimientos en la capa tectónica que se ubica bajo el Rio Menderes, aparecieron diversas fuentes de aguas termales con propiedades únicas y a temperaturas que alcanzan los 35 grados.
El gran contenido de bicarbonato y calcio de las aguas, produce ese gran manto blanco que despliegan las terrazas escalonadas. De las fuentes de aguas termales de Pamukkale brotan 250 litros de agua por segundo, lo que ayuda a mantener la estructura de calcio y a que se sigan formando escalones y estalactitas blancas.
Muchas personas, además de viajar a “el Castillo de Algodón” para admirar sus paisajes, lo hacen para beneficiarse con las propiedades de sus aguas, que –dicen- renuevan la piel y ayudan a curar problemas óseos y respiratorios.
Muy cerca de Pamukkale se encuentran las ruinas de una antigua ciudad construida por los griegos que viajaban a esta zona para disfrutar de los beneficios de las aguas. La ciudad de “Hierápolis” se construyó alrededor del año 180 AC y unos siglos después fue destruida por un terremoto. La urbe fue reconstruida, y transformada en los siglos II y III que le hicieron perder todo su estilo helenístico para convertirse en una ciudad romana.
La construcción más importante de Hierápolis es el Teatro Romano construido durante el reinado de Adriano en el siglo II DC. Aun en pie, este teatro tuvo capacidad para albergar unos 10.000 espectadores.
Otro punto imperdible de estas ruinas greco-romanas es la llamada “Piscina de Cleopatra” (la leyenda dice que Cleopatra estableció ese lugar como su destino de vacaciones), una gran piscina con varios siglos de antigüedad y llena de agua termal y pedazos de columnas antiguas y piedras. Por supuesto la entrada no es gratis, pero es una manera de sentirse en la antigua Grecia y bañarse como lo hacían los milenarios visitantes del lugar.
Antes de 1988, las aguas termales eran usadas por los hoteles de la zona para llenar sus piscinas y descargaban –con impunidad- sus residuos sobre el monumento. La Unesco premio a esta maravilla natural y a Hierápolis con el reconocimiento de “Patrimonio de la Humanidad” en 1988 y se empezó a cuidar la zona de otra manera, ya que había sufrido muchos años de desidia y falta de mantenimiento.
Muchos de los hoteles fueron demolidos y se pidió a los turistas mas cuidados y precauciones al estar en las cascadas.
Las mañanas y los atardeceres son los momentos cumbre para visitar Pamukkale, los cambios en la luz y el sol poniéndose crean un ambiente mágico en este marco impactante. Todos los días, el público puede disfrutar de las aguas de las cascadas más elevadas, de donde brota el agua que llena los demás balcones.
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