Texto Armando Cerra - Fotos Mónica Grimal
Cualquiera que haya visitado el valle de Traslasierra en la provincia argentina de Córdoba, sabe que se va a encontrar entornos naturales de arrebatadora hermosura y localidades donde los vecinos les harán sentirse como en casa, o mejor. Sin embargo, algunos de los que hayan recorrido estos rincones tal vez ignoren que allí se encuentra uno de los museos más singulares de todo el planeta.
Se trata del Museo Polifacético Rocsen. Ya sólo su denominación de “polifacético” provoca cierta intriga. Una expectación que va en aumento conforme se recorren los cinco kilómetros de tierra que separan el museo de la población de Nono. Así, tras surcar ese camino muy transitado y excelentemente señalizado, de pronto entre el denso arbolado se descubre un claro donde dejar el automóvil y al fondo impacta la presencia de la fachada del museo.
Una fachada en la que 49 enormes esculturas invitan a franquear la puerta. Estas estatuas representan a otros tantos personajes ilustres de la historia de la humanidad. Desde la filósofa griega Hipatia hasta Martin Luther King, pasando por Leonardo, Jesucristo o Pasteur. Todas estas esculturas son obra del verdadero alma mater del Museo Rocsen, el señor Juan Santiago Bouchon.
Un francés que tras recorrer gran parte del mundo, un buen día fue destinado como agregado cultural a la embajada francesa en Argentina, y acá decidió establecerse. Y no sólo eso, sino que acometió la gran obra de su vida: crear un museo en el que se recogiera y mostrara todo aquello que durante años de vivencias por el globo había ido reuniendo.
Así surgió la colección de este museo en el que tiene cabida todo aquello que ha creado el hombre en cualquier lugar de la Tierra. Desde útiles prehistóricos hasta tecnología. Y no sólo objetos humanos aparecen en la salas del Museo Rocsen. También se pueden contemplar colecciones de rocas, muestrarios de mariposas e insectos o diversos animales disecados. Es decir, nuestro mundo presentado a través de miles y miles de objetos.
Lógicamente al visualizar tan ingente cantidad de elementos, el visitante se admira con la belleza de algunos, descubre las utilidades de otros, reconoce el valor histórico de muchos de ellos, o evoca sus recuerdos mientras contempla utensilios de hace unas décadas. En definitiva, la visita al museo Rocsen se convierte en un acto cultural entretenido, y a veces hasta íntimo.
Muchos de los materiales expuestos van a acompañados de información sobre su origen y sus funciones, y en ocasiones también llevan aparejados rótulos impresos en los que el fundador del museo vierte sus reflexiones sobre esos objetos, llegando a conclusiones que hablan al visitante de conceptos tan necesarios para el hombre como solidaridad o paz.
Y es que visitar el Museo Rocsen tiene la capacidad de enseñarnos mediante los cinco sentidos muchas cuestiones del pasado, presente y futuro de nuestro mundo, pero sobre todo es capaz de abrirnos la mente y provocar ciertas reflexiones sobre el ser humano, sobre su capacidad de crear y de progresar, sus ciclos de convivencia y de agresiones, sus idénticas necesidades independientemente de la latitud donde se viva, y de su innata capacidad de superación, unas veces por el simple hecho de sobrevivir y otras por la insana costumbre de competir y vencer.
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