Esta curiosa festividad comenzó en 1945 cuando algunos jóvenes de Buñol quisieron participar en un desfile en honor al santo patrón de la ciudad, protagonizado por gente disfrazada y una banda de música. Al no conseguirlo, empezaron a golpear a los participantes, armando una batalla campal. En las proximidades se encontraba un puesto de frutas y verduras y los jóvenes comenzaron a tirarse tomates unos a otros hasta que las fuerzas del orden público tomaron las riendas del caos.
Al año siguiente, los jóvenes repitieron la “guerra”, sólo que esta vez llevaron los tomates de su casa. Tras repetirse esto mismo en los años siguientes, la fiesta quedó instaurada, aunque no de modo oficial.
A comienzo de los años 50, el Ayuntamiento de Buñol prohibió la Tomatina, impedimento que no frenó a sus mayores participantes, quienes fueron encarcelados. Sin embargo, como la fiesta era cada vez más masiva, las autoridades tuvieron que aceptarla, pero, debido a que los participantes realizaban actos vandálicos y atacaban a tomatazos a personas que no estaban dentro de la “pelea”, el Ayuntamiento decidió prohibir la costumbre una vez más.
En 1957, finalmente, la Tomatina fue aceptada en forma definitiva y ahora es el propio Ayuntamiento el que organiza y promociona el evento más famoso y peculiar de España.
Guerra de tomates
Más de 120 mil kilos de tomates y 30 mil personas participan en esta batalla roja, ya tradicional, que fue nombrada “Fiesta de Interés Turístico Internacional” en 2002.
Horas antes del inicio de la “guerra”, todos los visitantes asisten al tradicional juego del palo enjabonado, del que cuelga un jamón. Quien consigue llegar a él, es el feliz acreedor de esa exquisitez típica de la zona. La Tomatina en sí comienza a las 11 de la mañana con un tiro que indica el comienzo y pasada una hora se siente otro tiro que dice que la batalla ha terminado.
Varios camiones, cargados con cientos de miles de kilos de tomates, se ponen en marcha por la calle donde se lleva a cabo la batalla. Los tomates se descargan y los asistentes comienzan la guerra mientras algunos se suben a los camiones y lanzan desde allí.
Para mantener la fiesta en paz, el Ayuntamiento ha instituido varias reglas de convivencia que se deben respetar durante la hora de tomatazos. Así, no se pueden entrar botellas ni ningún tipo de objeto que pudiera producir accidentes. No se deben romper ni lanzar camisetas. Además, los tomates deben ser aplastados antes de ser lanzados para que no lastimen a nadie y hay que tener especial cuidado al paso de los camiones. Por supuesto, al disparo del segundo tiro, los participantes deben dejar de lanzar tomates.
También se recomienda llevar zapatillas cerradas y viejas, al igual que ropa gastada, ya que es probable que las prendas no resistan el poder de miles de personas armadas con un vegetal. Las antiparras o anteojos para bucear son una buenísima opción para evitar la picazón que producen los tomates en los ojos.
La fiesta siempre se desarrolla sin inconvenientes, brindando una hora entera de risas y diversión al hacer algo tan absurdo como bombardear con tomates a completos desconocidos que, tras su participación en esta batalla, quedan literalmente hechos puré.
Al final de la guerra, el Ayuntamiento pone duchas y mangueras a disposición de los “guerreros” para que terminen de eliminar los resabios de tomates que quedaron en sus cuerpos e irse a sus casas para así esperar, una vez más, el miércoles de agosto en el que lo convencional desaparece de las calles de Buñol.
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