La costumbre nació con las antiguas culturas indígenas (aztecas y mayas, entre otros) y tuvo epicentro en la zona que hoy es conocida como México. El significado de estos rituales es claro: simbolizaban la muerte y el renacimiento (representados a través de cráneos). Su ubicación en el almanaque (1 de noviembre: Día de todos los Santos y 2 de noviembre: Día de todas las Almas) no es casual sino que está relacionada con el calendario agrícola prehispánico: se trata del primer gran banquete después de la temporada de escasez de los meses previos y la abundancia era tal que se compartía hasta con los que ya no estaban.
Así, de a poco, el Día de los Muertos se divulgó y se convirtió en una celebración que no sólo perdura hasta nuestros días sino que, además, se expandió a otros países. Y, como si esto fuera poco, el festejo fue declarado Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, organización para la que el Día de los Muertos “reviste una importancia considerable en la vida cotidiana de las comunidades indígenas por la dimensión de la muerte que propone”.
México: el pionero
Según cuenta la leyenda, el 1 de noviembre es el día en el que regresan las almas más ingenuas, las de los niños (Día de todos los Santos). En cambio, el segundo día del mes es el turno de las almas adultas (Día de todas las Almas). Más allá de esta diferencia, el ritual es el mismo: calaveras y todo tipo de objetos que las emulen invaden las calles de México durante 48 horas. La comida, infaltable en cualquier festejo, tiene como principal protagonista a los dulces (entre ellos el conocido pan de muerto y los cráneos de azúcar); de modo que, al igual que en el Halloween norteamericano, los niños más golosos están de parabienes. Y, como no podía ser de otra manera en una celebración de este tipo, el cementerio no queda exento de los adornos: por lo general, grandes flores naranjas decoran las tumbas de los muertos, quienes además son recordados en sus hogares a través de altares en su honor, donde no faltan ni las fotos ni la comida y la bebida para que, según dicen, el difunto recuerde las delicias mundanas.
Velas, incienso, crucifijos y la infaltable virgen de Guadalupe completan la instantánea de esta fiesta, tal vez imposible de entender para muchas culturas, pero que tiene una explicación: los mexicanos consideran que la muerte es un espejo que refleja la forma en la que han vivido. “Dime cómo mueres y te diré cómo eres” se escucha a menudo por las calles aztecas.
¿Un consejo? Si nunca presenció este ritual, los mejores lugares para disfrutarlo dentro de México son Pátzcuaro y Oaxaca.
El festejo se extendió a Centroamérica
Guatemala, Nicaragua, Honduras y Costa Rica no quedan fuera de esta tradicional celebración. Cada una con sus creencias y sus estilos, estas naciones reciben el anteúltimo mes del año recordando a sus muertos.
En Guatemala, por ejemplo, repiten la ceremonia del altar mexicano; monumentos que suelen ser decorados con la flor del muerto (una especie de color amarillo) y con ciprés. Además, hay quienes aseguran que, en esos días, pueden oír e incluso ver a los difuntos.
En tanto, en los nicaragüenses le hacen frente al miedo y pernoctan en el cementerio para honrar a los suyos. De esta manera, acampan junto a las tumbas de sus seres queridos y comparten la noche con ellos.
Iglesias llenas de fieles rezando por sus difuntos, flores, palmas y cientos de coronas en los cementerios son las postales que llegan desde Honduras y Costa Rica, dos países que contagiaron su forma de celebración en el hemisferio sur del continente, donde Colombia sigue sus pasos en la misma fecha.
El sur también existe
Perú, Venezuela y Ecuador son los embajadores sureños de este ritual. El pueblo peruano, creyentes fieles- sobre todo en la zona rural-, desempolva los objetos más característicos de sus muertos para adornar los altares que construyen en sus hogares. Por supuesto, no faltan las ofrendas- que incluyen sabrosos manjares que luego, al día siguiente, sirven de almuerzo de los vivos- ni las visitas al cementerio.
Guaguas de pan, frutas, bebida a base de maíz violeta y otras exquisiteces engalanan la mesa ecuatoriano durante esta fiesta; fecha en la que varias comunidades indígenas, convencidas de que los muertos regresan cada año, se reúnen a comer sobre la tumba de sus seres queridos.
Con menos pompas, los venezolanos recuerdan a sus muertos con un sencillo ramo de flores que depositan en la lápida de sus difuntos y aprovechan la ocasión para limpiar y adornar las tumbas.
En definitiva, se trata de una fecha para recordar a quienes nos acompañaron en la vida y para seguir transmitiendo un poco de la cultura indígena, todavía arraigada en varias partes del continente americano.
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